En todas las cafeterías del mundo hoy se habla del nuevo Papa Francisco, de si era el favorito o no, de si compitió en el anterior cónclave con el Papa Emérito, de si va en metro o coche oficial… incluso de si será lo que necesita la Iglesia o no.
Además del momento en el que Cardenal Protodiácono anuncia el mítico Habemus Papam, lo que más me ha gustado de la elección del Papa ha sido la privacidad y el hermetismo de todas las deliberaciones. Nadie sabía nada, ninguna filtración. Es más, a toda la prensa mundial le cogió con el pie cambiado la fumata blanca y la elección del Cardenal Bergoglio.
En un mundo, como el actual, en el que rige lo inmediato y en el que a cada progreso tecnológico se asocia la pérdida de intimidad y libertad, observar como existen todavía tradiciones y lugares en los que hablar o decidir sea privado, es de celebrar.
Sin darnos cuenta, hemos cedido gran parte de nuestra intimidad en pro de una sociedad más conectada, abierta y tecnológica. Nos hemos acostumbrado a que todo se sepa de manera inmediata en todas partes.
No estoy en contra del progreso, ni de los avances tecnológicos pero echo de menos una sociedad más reflexiva y menos pública. Todo son titulares, informaciones incompletas, conjeturas… y encima en tiempo real.
Todo este proceso de elección del nuevo Papa debe servirnos para recordar que la reflexión y el debate necesitan de preparación y privacidad, si no, no se escoge conociendo todas las consecuencias de una decisión y se puede decidir condicionado por el entorno.
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